La política de la posverdad y la "cancelación": en la ciudad de la furia
La mala costumbre de "hablar por hablar", del gusto por el chismorreo, es algo que no se ha perdido en el, ya no tan novedoso, mundo de las redes sociales. Pese a que ahora este "hablar" supone escribir en el 80% de los casos, el pensamiento sobre las implicaciones que puede llegar a tener sigue brillando por su ausencia. A este suceso hay que añadirle la característica intrínseca del medio utilizado, deberíamos tener en cuenta que todo lo que subamos se queda guardado (aquí las palabras no se las lleva el viento). Es en este sentido en el que pretendo hacer una llamada a la reflexión, quiero abrir temporada en el rincón de pensar.
La política de la posverdad de la que nosotros, como individuos, formamos parte se basa en que seamos creyentes de una distorsión deliberada de la realidad (como puede ser una fake new o un deep fake). Esto se da por una manipulación que se hace de nuestras emociones y, en muchas ocasiones, influye en nuestra opinión y en nuestra actitud respecto a algo o alguien. Dicho esto, es importante que sepamos el daño que puede causar la difusión de cierto tipo de vídeos y mensajes. En concreto, me quiero centrar en la información difamatoria, esa que sirve para alimentar a los conocidos como haters en redes sociales como twitter e instagram. Favorecer el movimiento de este tipo de datos no solo puede hacer daño psicológico a la persona o personas protagonistas del contenido, también a los diferentes entornos de su vida (también a la gente que les rodea, tanto familiares como amigos). Sin contar lo mucho que suele afectar a la imagen del individuo, lo que se transforma muchas veces en un factor disuasorio para ser aceptados de nuevo en el ámbito laboral (perdiendo una gran cantidad de posibles contratos, entre otros). No pretendo decir que sea partidaria de erradicar todos los mensajes que hagan las veces de denuncia social, como los vídeos que muestran cualquier tipo de violencia para poder hacer justicia con la víctima. Sin embargo, sí que considero necesario poner en duda la veracidad de lo que nos llega a través de las redes sociales (sobre todo de las cadenas de mensajes en Whatsapp o de los vídeos virales de Twitter). La credibilidad de este tipo de contenido es tomada demasiado a la ligera por muchos usuarios que, sin pensarlo dos veces, se dedican a compartir todo lo que les remueve la entraña.
En el caso de Twitter, se me ocurre un fenómeno particularmente molesto, el que se conoce comúnmente como "política de la cancelación". "Cancelar" a alguien viene a significar que esa persona deja de ser aceptada en esta red social (lo que se suele extender también al resto). Esto le sucede a multitud de personajes públicos y no se duda un instante en ponerlo en la picota por cualquier declaración o vídeo. Una vez llegados a este punto, en el que está puesto en circulación el contenido, tiene difícil retorno. Uno de los más sonados es el conocido caso de Fortfast (un famoso youtuber granadino). La única salida que tuvo esta persona fue desaparecer de las redes sociales, lo que implicó para él perder la fuente de ingresos más importante que tenía. En este caso, ni siquiera llegó a demostrarse aquello de lo que se le acusó, ya que la persona que se dedicó a difamarlo no emprendió ninguna acción legal. No creo que sea una mala idea denunciar un comportamiento inadecuado por redes sociales, siempre y cuando vaya acompañado de un respaldo legítimo. Mientras que eso no se de, es puro show y creo que nos precipitamos juzgando. Además y por desgracia, cuando se filtra algo sobre estas personas que tienen tanta repercusión pública, la viralización del contenido es cuestión de unas pocas horas. Después de esto y, debido a los "filtros burbuja" en los que los usuarios tendemos a retroalimentar el odio basado en una calentura progresiva, nos vemos envueltos en una cantidad indecente de mensajes parecidos.
Por aquí dejo un vídeo donde el propio Fortfast (Fausto Climent) se explica sobre todo lo ocurrido. Igual que en un primer momento se lo difamó por esta vía, si no se explica públicamente no conseguiría lavar su imagen (quizás solo podría caer en el olvido con el tiempo).
La importancia que nos damos, convencidos de que nuestra opinión y la de nuestro círculo más cercano es la correcta, es lo que termina de hundir a la persona (ya que se potencia este efecto negativo). Las opiniones se vuelven automáticamente más relevantes en un ámbito en el que todos piensan igual, simplemente por el gusto de pensar que llevas la razón. A priori, los filtros burbuja no tendrían por qué ser negativos. Sin embargo, es terriblemente fácil caer en la trampa de sobreestimar nuestras creencias, pensando que somos poseedores de la verdad absoluta (lo cual es, por desgracia, muy usual en twitter).
Al final, es cierto que no podemos evitar un cierto gusto por el cotilleo, por hablar de lo malo que es alguien que no somos nosotros mismos. Así podemos entrar a juzgar moralmente, evitando a su vez ser juzgados. Es, en resumen, la misma dinámica que se sigue en el colegio o en el instituto para evitar ser víctima del acoso de los demás (solo que bastante más perverso, ya que nos podemos ocultar tras un velo de anonimato). Para terminar y volviendo al asunto de la posverdad, me gustaría incluir una cita:
“Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos
vivir en un mundo de posverdad” (Tesich, 1992).
Con esta cita, mi intención no es otra que dejar claro que tenemos una posición activa en el asunto. Es decir, somos así porque queremos ser así, es lo que hemos decidido. Y, por mi parte, estoy de acuerdo en que tenemos mucho poder en asuntos como este. Por tanto, no pretendo concluir con un pensamiento negativo, el punto es saber que, igual que hemos escogido estar ahí, podemos escoger salir. Dejemos de vivir en "la ciudad de la furia".
Comentarios
Publicar un comentario